NUESTROS DERECHOS AL TRONO

  «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12).
    «Y cuál la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos… la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a Su diestra en los lugares celestiales sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia» (Ef. 1:19-22).
    El Señor es cabeza sobre «todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra…en este siglo» y«en el venidero.» Su puesto y Su poder son supremos. El resucitado Señor, sentado en el trono a la diestra de Dios, gobierna mucho más que cualquier otra potencia que procure controlar y gobernar este mundo de tinieblas (Flp. 2:5-11).
    Por medio de «las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef. 2:7), Dios el Padre«juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales» (Ef. 2:6) con nuestro resucitado y entronizado Señor. Y juntamente resucitados con Él, y así sentados en lugares celestiales con Cristo por medio de la gracia de Dios, todo creyente es elevado con Él a la diestra de Dios y ocupa potencialmente el trono de Dios.
    En los propósitos de Dios, esta elevación se efectuó con la resurrección del Señor Jesucristo y por medio de la identificación del creyente con Él.
    Para que la iglesia de Cristo permanezca victoriosa en esta hora cuando fuerzas satánicas se están uniendo de lleno para dar su golpe mortal a ella, todo creyente debe entender la necesidad de aceptar con Cristo ahora mismo el lugar de autoridad espiritual, y sin temor atar estas fuerzas de las tinieblas, reclamando el triunfo del Calvario sobre ellas.
    Para que se pueda tener el avance necesario en la obra de Dios en esta hora, es absolutamente esencial que los creyentes, con toda humildad y dando el honor a Dios, tomen sus sitios en lugares celestiales con Cristo a la diestra, más allá de todos los poderes del aire, y desde ese lugar mantenerlos bajo dominación por medio de la fe en el nombre y la autoridad del Señor Jesús.

El lugar de privilegio y autoridad para cada creyente
    Cristo despojó a los principados y a las potestades, y triunfó sobre ellos. Cada creyente puede compartir y disfrutar al máximo esta gloriosa conquista del Calvario. Aquel que tiene absoluto control sobre las fuerzas del maligno confiere esta autoridad sobre Sus discípulos, porque Él nos dice: «He aquí os doy potestad...sobre toda fuerza del enemigo» (Lc. 10:19. Lea Colosenses 2:8-15).
    El creyente cuyos ojos han sido abiertos para comprender cuales son sus derechos del trono en Cristo, aprenderá pronto al ejercer esta autoridad que el poder que Él poseé «en lugares celestiales con Cristo» es invariablemente mayor que lo que respalda al enemigo. Las fuerzas del maligno están obligadas a obedecer al creyente cuando éste ejerce con confianza y fe la autoridad que es suya en el nombre de Jesús.
    Todo demonio está sujeto al creyente en Cristo por medio de Su nombre (Lc. 10:17). Los gobernantes y autoridades angélicas, las potestades y fuerzas de los espíritus malignos en lugares celestiales, quizás no se sometan instantáneamente, pero el creyente debe hablar la palabra de autoridad, y dominar y predominar sobre las fuerzas malignas de Satanás dondequiera que las encuentre obrando.
    Las fuerzas de las tinieblas se opondrán y resistirán severamente su derrota. Atacarán con odio maligno al creyente que está apelando al Calvario por la victoria sobre ellas. El refugio para el creyente está bajo la sangre de Cristo, donde ningún poder ni fuerza del enemigo puede penetrar.
    La cruz le ha robado a Satanás su poder. Para vencerlo, necesitamos presentarnos y enfrentarnos con la sangre a todo ataque del enemigo, ya sea que el ataque sea contra su iglesia, familia, mente, alma, cuerpo o circunstancias. Satanás es vencido por medio de la sangre (Ap. 12:11). Atémosle con la sangre de Jesús, así quitándole el poder y la autoridad que ya le han sido anulados.
    El diablo es un enemigo derrotado. Cristo lo venció en la cruz del Calvario, donde triunfó sobre los poderes de las tinieblas.
    Solamente nos resta entrar en Su victoria por fe; no necesitamos pelear contra Satanás, sino ponerle en la memoria del triunfo alcanzado en la cruz. La sangre de Jesús es la provisión de Dios para vencer al enemigo. La sangre de Jesús es la señal de la victoria completa de Cristo sobre Satanás y sus fuerzas malignas y su completa sujeción al Vencedor que ocupa el trono.

Valientemente reclame la victoria del Calvario
    Dios nos ha dado la potestad de hollar sobre toda fuerza del enemigo (Mt. 18:18-20). Dios ha confiado a cada creyente la responsabilidad de desplazar al diablo. El diablo es un usurpador. Él no tiene derecho a cualquier lugar en cualquier vida o iglesia. Nadie más que nosotros somos los culpables si él continúa en dominio sobre nosotros.
    Nuestro Señor Jesucristo, por medio de Su muerte, hizo impotente al diablo, por lo tanto no puede resistir al creyente que por fe y obediencia toma la autoridad que le ha conferido Cristo sobre el diablo, y la usa contra él. El diablo ya no tiene ningún poder fuera de lo que nosotros le permitamos (1 Juan 3:8).
    Es nuestro deber oponernos al diablo en todo lugar donde lo encontremos trabajando. Si no lo retamos, estamos robándole a Jesús Su victoria en el Calvario. El Señor dice: «Resistid al diablo y huirá de vosotros»; y aquellos que obedecen al Señor y presentan una valiente resistencia a Satanás, se darán cuenta de que esto es cierto, Satanás huirá, lo mismo que dijo Dios (Stg. 4:7).
    Necesitamos pedirle al Señor que nos enseñe a cumplir este sagrado ministerio de resistencia al diablo y no darle lugar. Necesitamos orar diariamente que, con humilde fe en la obra consumada por Cristo, tomemos nuestro sitio en la morada celestial a Su diestra, ejerciendo la autoridad que Él nos ha confiado, y así atando sin temor los poderes de las tinieblas dondequiera que se encuentren.
    Detrás de toda disensión y contienda, perplejidad y confusión, tanto en la iglesia como en el hogar, están estos poderes diabólicos que deben ser despojados en la autoridad del Señor.
    En cierto Centro Evangelístico surgió una fuerte oposición por parte de extraños, que parecía que la obra sufriría la ruina. Finalmente el pastor-evangelista pidió a un grupo de hermanos de oración que oraran con él, apelando a la sangre de Cristo, y ataran los poderes del enemigo. Después de un rato de oración y adoración con cantos, todos levantaron sus voces y oraron: «En el nombre del Señor Jesús y por Su autoridad, atamos al ‘hombre fuerte’ para que no continúe causando estos disturbios entre esta gente, ni atacando la obra de Dios» (vea Mt. 12:29).

    Las dificultades se desvanecieron y los opositores comenzaron a pelear entre ellos mismos; y resultó que su poder para oponerse a la iglesia fue quebrantado.
    La manera de obtener la autoridad de Cristo es hacerlo Señor de nuestras vidas; porque a medida que lo hacemos Señor, podemos entrar por la fe en un conocimiento continuo y experimental de esta mayor victoria que Él procuró para nosotros.

    «…Vemos a Jesús…coronado…» (Heb. 2:9).

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