LA ORACIÓN!!! OBRA CON DIOS!!

Los profetas de la antigüedad, tenían una clara percepción de lo enorme e impopular de su tarea. Estos hombres, abrumados por su carga, trataron de escapar de la tarea encomendada a sus almas alegando su total incapacidad. Moisés, por ejemplo, trató de evadir su responsabilidad con Israel excusándose en su tartamudez. Pero nota cómo Dios evadió su evasión supliendo un interlocutor en la persona de Aarón. Jeremías, también, arguyó que era sólo un niño. Pero en el caso de Jeremías (como en el de Moisés) la objeción humana no prevaleció. Los hombres escogidos por Dios no fueron enviados a instituciones humanas para pulir sus personalidades y agudizar su conocimiento. De alguna manera Dios atrapó a Su hombre y le encerró con El.
    Si según Oliver Wendell Holmes, la mente de un hombre, ensanchada con una nueva idea, no puede volver jamás a sus dimensiones originales; entonces, ¿qué diremos del alma que ha oído el susurro de la Voz Eterna? «Las palabras que Yo [el Señor] os he hablado son Espíritu y son Vida» (Juan 6:63). Nuestra predicación está afectada por pensamientos prestados de cerebros muertos, en lugar de ser inspirados por Dios. Los libros son buenos cuando son nuestros guías, pero malos cuando son nuestras cadenas.
    Como nuestros científicos han alcanzado nuevas dimensiones de poder con la energía atómica, así la Iglesia debe redescubrir el poder ilimitado del Espíritu Santo.
    Algo es verdaderamente necesario para destruir la iniquidad de este siglo embebido en pecado y hacer añicos la complacencia de los santos dormidos. Una predicación vital y una vida victoriosa surgirán de largas vigilias en la cámara de oración. Alguien dice: «¡Debemos orar si queremos vivir una vida santa!» Sí, pero recíprocamente, debemos vivir una vida santa si queremos orar. De acuerdo a David, «¿quién subirá al monte de Jehová? El limpio de manos y puro de corazón» (Salmo 24:3 y 4).
    El secreto de la oración es orar en secreto. Los libros sobre la oración son buenos, pero no son suficiente. Como los recetarios de cocina, son buenos, pero de nada sirven si no hay alimentos para cocinar, así también con la oración. Uno puede leer una biblioteca entera de libros sobre la oración y no tener un ápice más de poder en la oración. Debemos aprender a orar, y debemos orar para aprender a orar. Mientras uno lee el mejor libro sobre salud física sus fuerzas pueden estar marchitándose. De la misma manera, uno puede leer acerca de la oración y maravillarse de la perseverancia de Moisés, conmoverse por los llantos y gemidos de Jeremías y, sin embargo, no ser capaz de balbucear el abecé de la oración intercesora. El cazador que guarda su bala no consigue caza; así el corazón que evita la carga de oración no obtiene botín.
    «¡En nombre del Señor, os ruego, que la oración alimente vuestras almas como la comida alimenta vuestros cuerpos!» dijo el fiel Fénelon. Enrique Martyn dijo: «Atribuyo mi presente pesadez a la falta de suficiente tiempo y tranquilidad para la oración a solas, ¡Oh, que pueda ser yo un hombre de oración!» Un antiguo escritor dijo: «Mucha de nuestra oración es como el muchacho que llama a una puerta pero echa a correr antes de que vengan a abrirla.» De esto podemos estar seguros: El área más importante por descubrir es la de los recursos de Dios en el terreno de la oración.
    ¿Quién puede decir cual es la medida del poder de Dios? Uno podría calcular el peso del mundo, las medidas de la ciudad celestial, contar las estrellas del cielo, medir la velocidad del relámpago y el tiempo de la salida y la puesta del sol, pero tú no puedes calcular el poder de la oración. La oración es tan vasta como Dios, porque Dios está detrás de ella. La oración es tan poderosa como Dios, porque El se ha comprometido a contestarla. Que Dios tenga piedad de nosotros, ya que en ésta, la más noble de todas las tareas para la lengua y para el Espíritu, tartamudeamos tanto. Si Dios no nos ilumina en la cámara secreta, caminamos en tinieblas.
    Ante el tribunal del juicio el asunto más vergonzoso para cada creyente será enfrentar la pequeñez de su vida de oración.
    He aquí un majestuoso pasaje de Juan Crisóstomo:
    «La potencia de la oración ha sujetado la fuerza del fuego, ha amordazado la furia de leones, frenado anarquías, extinguido guerras, apaciguado los elementos, echado demonios, roto las cadenas de la muerte, ensanchado las puertas del cielo, curado enfermedades, desenmascarado fraudes, salvado ciudades de la destrucción, detenido el sol en su curso e impedido el progreso del rayo. La oración es una armadura todo suficiente, un tesoro ilimitado, una mina inagotable, un firmamento sin nubes ni tormentas. Es la raíz, la fuente, la madre de mil bendiciones.» ¿Son estas palabras de Crisóstomo simple retórica para hacer aparecer superlativa una cosa común? La Biblia es testigo de que no hay exageración en ellas.
    Elías era un experto en el arte de la oración. Detuvo el curso de la naturaleza, puso en estrechez la economía de una nación. Oró y fuego cayó; oró y la gente cayó; oró y la lluvia cayó. Nosotros necesitamos ¡lluvia, lluvia, lluvia! Las iglesias están tan secas que la semilla no puede germinar. Nuestros altares están secos, sin las ardientes lágrimas de penitentes. ¡Oh, por un Elías...! Cuando Israel clamó por agua, un hombre hirió una roca y esa fortaleza de piedra se transformó en el seno de donde nació un manantial de vida:
«¿Hay algo demasiado difícil para Dios?» ¡Que Dios nos envíe un hombre capaz de herir la peña!
    De esto estemos seguros: la cámara de oración no es meramente un lugar para entregar al Señor una lista de necesidades urgentes. ¿Es verdad que «la oración cambia las cosas»? Sí, pero la oración cambia los hombres. La oración no sólo quitó el reproche de Ana, sino que la cambió a ella. La cambió de ser una mujer estéril a una mujer fructífera; transformó su gemido en gozo (1 Samuel 1:10 y 2:1). Sí, cambió su duelo en danza (Salmo 30:11). Quizá estamos orando que podamos bailar, cuando aún no hemos gemido. Escogemos el vestido de la alabanza, cuando Dios dice (Isaías 61:3) que a los que gimen se les dé manto de alegría en lugar de espíritu angustiado.
    Si queremos cosechar se aplica el mismo principio: «Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla, mas volverá a venir con regocijo trayendo sus gavillas»(Salmo 126:6).
    Se necesitó un Moisés, quebrantado de corazón, gimiendo, «¡Oh!, este pueblo ha cometido un gran pecado...; pero te ruego que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de Tu Libro que has escrito» (Exodo 32:31-32). Se necesitó un Pablo, preso de carga y dolor para decir: «Tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne» (Romanos 9:2 y 3). Si Juan Knox hubiese orado: «¡Dame éxito!», nunca hubiéramos oído de él; pero, sin considerarse a sí mismo oró: «¡Dame Escocia o me muero!» y su oración dejó su marca en la historia.
    Si David Livingstone hubiese orado que pudiera abrir el Africa como prueba de su indomable espíritu y habilidad con el sextante, su oración se habría perdido con el viento; pero oró: «Señor, ¿cuándo será sanada la llaga del pecado de este mundo?» Livingstone vivió en oración y, literalmente, murió en oración sobre sus rodillas.
    Para esta edad hambrienta de pecado necesitamos una iglesia hambrienta de oración.
    Necesitamos explorar otra vez las «sobremanera grandes y preciosas promesas de Dios.»
    En aquel gran día el fuego del juicio va a poner a prueba la calidad, no la cantidad, del trabajo que hemos hecho. Lo que es nacido en oración resistirá la prueba.
    La oración obra con Dios. La oración crea hambre de almas, y el hambre de almas crea oración. El alma que entiende ora, y el alma que ora obtiene entendimiento. Al alma que ora reconociendo su flaqueza, el Señor le da Sus fuerzas.
    ¡Oh, que fuésemos hombres de oración semejantes a Elías… un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras!

¡Señor, Ayudanos orar!

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