EL INMENSO VALOR DE LA ORACIÓN

"Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro. Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora.Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú. Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue y oró, diciendo las mismas palabras. Al volver, otra vez los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño; y no sabían qué responderle. Vino la tercera vez, y les dijo: Dormid ya, y descansad. Basta, la hora ha venido; he aquí, el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos; he aquí, se acerca el que me entrega. (Mr 14:32-42)


En el versículo 34 está el man­dato del Señor Jesucristo a Sus dis­cípulos : "Esperad aquí, y velad. Su mandato a ellos era que orasen y velasen. Jesús dijo: "Es necesario orar siempre, y no desmayar" (Lu­cas 18:1).
En las epístolas vemos que los diferentes ministerios son dados a diferentes personas; algunos son evangelistas, otros pastores, y etcé­tera. Sin embargo, no es así en cuanto a la oración. Todo cristiano es ordenado a orar. Cristo no dijo que algunos deben predicar y otros orar. ¡No! El dijo que todos deben orar, incluyéndonos a nosotros. La oración es el ministerio de la Iglesia entera; es una necesidad, y es un mandato a cada uno del pueblo de Dios.
Podríamos dispensar con 90% de las actividades en nuestras iglesias sin ningún daño a la obra. Es pre­ciso que empecemos a buscar a Dios de rodillas para recibir Su bendi­ción, Su poder, Su victoria y Su purificación. Dios no puede bende­cirnos porque siempre estamos co­rriendo por acá y por allá. El de­sea que pasemos tiempo en la quie­tud de Su presencia. Nuestras vidas cambiarían por completo si tomára­mos tiempo en Su Presencia.
Tenemos nuestros programas, nuestras conferencias y muchas otras actividades cristianas, pero Dios no nos ha mandado hacer todas estas cosas. Lo que nos ha dicho es: "¡Velad y orad!"
En esta porción de las Escrituras vemos el fracaso de Pedro como cristiano y como siervo de Dios. La razón de su negación del Señor es muy clara. Cristo había dicho a Pe­dro que velara y orara, pero él desobedeció y en lugar de velar se durmió...
Cuando Cristo venga otra vez, ¿tendrá que reprochar El a Su Igle­sia de la misma manera en que re­prochó a Pedro? ¿Dirá El a noso­tros también: "¿No has podido ve­lar una hora ? Tú que has vivido en un tiempo cuando ia humanidad en­tera se encuentra sin Dios y sin esperanza, cuando todo el mundo es un caos y angustia y dolor de cora­zón, ¿no pudiste velar conmigo una hora cada día?" Mas de toda otra cosa, esto será el reproche del Señor a esta generación de cristianos. 
Si el Señor viniera hoy, ¿te en­contraría durmiendo? Por cierto, nuestros ojos físicos están abiertos, pero espiritualmente estamos dor­midos. No estamos despiertos a la batalla espiritual en nuestro derre­dor. Seguimos la rutina cristiana para que seamos aceptados como evangélicos, pero la verdadera vida cristiana no la hemos experimenta­do. Nos falta la oración, la comu­nión con Dios, y la intercesión.
La tragedia es que todos estamos de acuerdo en que necesitamos más oración, pero no oramos. "El peca­do, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace" (Stgo. 4:17).

La Soledad de la Oración
Esta hora en el Gethsemaní ha de haber sido la más dolorosa para el Señor. La sombra de la Cruz ya estaba sobre El, y estaba cerca el momento cuando El iba a ser hecho pecado por nosotros. Más que los clavos, más que la herida de la es­pada, lo que verdaderamente que­brantó al Hijo de Dios fue que El, el Hijo santo y sin mancha de Dios, fue hecho pecado. Todo esto El sentía en el huerto de Geth­semaní.
Tal vez El recordaba las multi­tudes que habían estado con El. Cuando El sanaba a la gente, las multitudes estaban presentes. Siem­pre es fácil que venga mucha gente cuando se trata de la sanidad del cuerpo. Cuando Jesús manifestaba Su divino poder y sanaba a los cuerpos enfermos, cuando los cojos anduvieron y los ciegos vieron, en­tonces mucha gente le seguía.
Cuando El multiplicó el pan y los pesecillos, multitudes estuvie­ron presentes. Cuando tenemos un banquete o cena en la iglesia, todo el mundo asiste; pero cuando se trata de un culto de oración, ¡qué diferencia! ¡Nadie le acompañó al Maestro en el Gethsemaní, salvo Pedro, Santiago y Juan, y aún ellos no le acompañaron en Su agonía, ¡Porque durmieron!,
Sólo un discípulo acompañó a Cristo en Su crucifixión, Juan. Entre más cerca nos aproximemos a la Cruz, menos gente habrá. Los que determinan ir adelante con Dios están en la minoría en sus iglesias. Los tales son despreciados, aún por sus amigos cristianos. Cuando Dios mismo estaba en frente del Calva­rio, listo para ser ofrecido por la humanidad, no hubo ningún cora­zón humano que llevara con El Su carga y Su dolor.
Entonces, ¿Pedro, Santiago y Juan no amaban al Señor? Oh, si. le amaban, pero de una manera egoísta, pues le amaban por lo que El les daba, pero no le amaban por lo que El era. Oh, ¡Si hubiera habido un ser humano con un poco de entendimiento, con el deseo de compartir con el Señor Sus sufri­mientos, pero no hubo nadie! Cristo pasó esa hora amarga a solas..
Estamos viviendo en un tiempo cuando Dios se encuentra muy solo. ¿Entiendes lo que estoy diciendo? El Señor tiene angustia por la hu­manidad, por las vastas multitudes de gente que están en necesidad de la salvación, de la sanidad y de la liberación, pero, ¿cuántos le acom­pañan en Su angustia v dolor hoy dia?
Cuando Cristo lloró ante Jeru­salem, El lloró solo. Ningún discí­pulo lloró con El. ¿Cuántos discípu­los modernos del Señor lloran por la humanidad perdida? ¡No muchos! ¿Desde cuándo has sentido tú triste­za por el mundo en que vivimos? ¿Desde cuándo has llorado por las almas de los perdidos ? Sin embargo. ¡Nos llamamos cristianos!

La Responsabilidad de la Oración
En el versículo 44 de este pasaje, está recordada una tragedia. Cris­to dijo a Sus discípulos: "Dormid ya y descansad; la hora es venida." La oportunidad que Dios les había dado de velar y orar con el Señor ya había terminado. El privilegio de compartir con Jesús una medida pequeña de Su agonía ya había pa­sado. ¡Ya era demasiado tarde!
Cuando Cristo venga otra vez, nosotros los cristianos seremos lla­mados a cuentas por el Señor; ten­dremos que dar cuenta de lo que hicimos con el tiempo que Dios nos dio para servirle y cumplir Sus man­damientos. ¡Cuántos desearán re­gresar el tiempo para tener otra oportunidad de vivir seriamente la vida cristiana! Pero no será ya po­sible. Oh, hermano, ¿Estás jugando con la vida cristiana? Dios te pedirá cuentas, pero lo más triste será que no podrás nunca reponer el tiempo que desperdiciaste en cosas sin va­lor, en lugar de vivir totalmente para tu Señor y para la humanidad.
Cuando Dios nos ve a ti y a mí, ¿qué clase de cuerpo espiritual en­cuentra? ¿ Verá un cuerpo marchitado, hambriento, privado de la comunión verdadera con El ? Lo triste es que ... nosotros podríamos alimentarnos con la Palabra divina, con la ora­ción vital en la presencia del Señor, pero no lo hacemos. Estamos su­friendo de malnutrición espiritual por no usar lo que Dios nos ha dado.
La vida sin oración es una vida de pecado, y debemos tratarlo así. Necesitamos confesar este pecado a Dios y permitirle a El limpiarnos con la Sangre preciosa del Señor.
Yo antes trataba de orar, trataba de mantener una vida de oración, pero cuando reconocí que la vida de poca oración es una vida de pecado y lo confesé a mi Dios, en­tonces El me purificó de este pecado y empecé una nueva vida en Su presencia.

La Victoria Espiritual Depende de la Oración
¿Qué perdió Pedro cuando él se durmió en lugar de orar y velar? En primer lugar él perdió el com­pañerismo de su Señor en Su an­gustia. La oración que nosotros ha­cemos muchas veces ni tiene sem­blanza de la verdadera oración. De­cimos: "Señor, bendice a Juan. Lle­na sus necesidades y si él está desa­nimado, dale aliento y fuerzas fí­sicas," etc. Hei-manos, los que están en los campos misioneros están en batalla feroz. Hay presión diabóli­ca y desesperación; el enemigo in­visible viene en contra de ellos con todas sus armas y ejércitos. Además de esto, hay gran tristeza de co­razón porque alrededor de ellos hay multitudes sin Cristo y no hay obre­ros suficientes para alcanzarlos. Lo que ellos necesitan es alguien que lleve la carga con ellos en verdadera intercesión. ,
Pedro faltó a su Señor cuando él durmió en lugar de velar con El. Podemos asistir a todos los cultos, a todas las conferencias, a todas las campañas, y regresar a nuestro ho­gar sin satisfacer el corazón de Dios. Se necesita más que doctrina para agradar a Dios. El corazón de la verdadera vida cristiana es la vida de oración, la comunión con el Señor y la participación con El de Sus sufrimientos..
A Pedro también le faltó el po­der de vencer a Satanás, porque él no veló ni oró. Pedro negó al Señor, cuando no mucho antes él había de­clarado que iría con El aún hasta la muerte. ¿Cómo le pudo negar? Ah, porque él dormía mientras Cris­to agonizaba. Si Pedro hubiera ve­lado y orado, no hubiera faltado a su Señor.»
Cuando yo estaba en Alemania, visité el hogar de un pastor muy consagrado. El nos dijo algo de su vida durante el régimen del dictador Hitler. Nos enseñó una chimenea donde él escondía su Biblia durante ese tiempo. El tocó una piedra y se abrió, y vimos un hueco allí donde había guardado su Biblia.
El tenía dos hijos, los cuales es­taban con Hitler en el movimiento Nazi, y un día ellos traicionaron a su propio padre. La policía vino y le dieron oportunidad a nuestro hermano que negara a su Señor, pe­ro él les dijo: "No puedo." Le qui­taron la Biblia y le dieron cierto plazo para pensarlo bien y cam­biar de opinión..
Ellos le dijeron: "Si tú niegas tu fe, salvaremos a tu esposa y a tu hija; pero si no lo haces, las ma­taremos." La decisión de él signifi­caría vida o muerte para su amada esposa e hija. Nos dijo el hermano: "Mi esposa, mi hija y yo discutimos el asunto, y ellas me dijeron: 'No niegues al Señor. Si nos matan, sólo significa que estaremos mas pronto con el Señor. Mantente firme en tu fe.' Pronto vino la policía y enfrente de mis ojos las fusilaron.'V
¿Cómo fue que esos cristianos pu­dieron llegar a una decisión tan tremenda? No fue algo momentá­neo. Ellos no empujaron un botón espiritual y de repente recibieron gracia y poder que no habían po­seído anteriormente. ¡ Oh, no! Hubo algo en la vida de ellos que les había preparado para aquel mo­mento crucial, y ese algo fue una comunión viva con su Dios.
No podemos vivir una vida cris­tiana indiferente y repentinamente encontrarnos fuertes cuando el ene­migo viene en nuestra contra. Si no podemos ser fieles a El con todos los privilegios que tenemos, jamás seremos fieles cuando nos encontre­mos en una prueba fuerte. La fidelidad no viene tan fácilmente; tiene que haber una prepai'ación, una ex­periencia como la del Gethsemaní.
El fracaso completo que Pedro experimentó cuando negó a su Señor se debía a que él no aprovechó la oportunidad de orar, sino que dur­mió, y por lo consiguiente no po­seyó ningún poder en el momento necesitado.
Dios nos está dando a nosotros la opoi'tunidad ahora de conocerle, de participar en Sus sufrimientos, de recibir la potencia de Su resu­rrección mientras todavía hay tiem­po. Mañana puede ser demasiado tarde.

La Batalla Ganada en Oración
En muchas partes del mundo hay multitudes que jamás han sabido de Jesucristo. Nosotros hemos tenido muchas oportunidades de conocer Su Palabra, y sin embargo, ¿qué hacemos con estas oportunidades? Pedro negó a Cristo, mintió y blas­femó, todo porque no aprovechó sus oportunidades espirituales. Su derrota se debía a su negligencia en cuanto a la oración. Esta siem­pre es la causa de la derrota. Ve­mos a Pedro llorando amargamen­te porque había negado a Cristo. El tuvo que experimentar la amar­gura, la angustia, el remordimiento y grande pena porque no había aprovechado sus oportunidades. Pe­dro perdió la comunión con su Señor en el huerto, y por esto perdió la victoria.
En la historia del rey Josaphat vemos a un enorme ejército ene­migo viniendo en contra de Israel. Aquí se está recordando una de las victorias más grandes de todo el Antiguo Testamento. Josaphat reco­noció la impotencia, la debilidad del ejército judío.
El oró: "¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú? porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud; no sabemos lo que hemos de hacer, mas a ti volvemos nues­tros ojos" (2 Crón. 20:12). Oh, ¡que Dios nos trajera a este mis­mo lugar! Tenemos un poco de po­der, un poco de capacidad y mucha organización y por lo tanto pensa­mos que podemos ganar la victoria, pero es imposible. Hermanos cris­tianos, estamos perdiendo nuestros países, y estamos perdiendo el mun­do, por falta de reconocer nuestra pobreza espiritual.
Si Pedro hubiera entrado en la comunión de los sufrimientos de su Señor, él hubiera recibido fortaleza celestial, como la recibió Cristo (Lu­cas 22:13). Pedro necesitaba for­taleza, pero no la recibió porque durmió en lugar de orar.
La verdadera intercesión es la batalla más fuerte conocida, porque está en contra de principados y po­deres invisibles. Cuando entramos en la verdadera intercesión, nos identi­ficamos con el Señor en Su angustia por un mundo perdido, y entonces somos identificados como enemigos de Satanás. Entonces es cuando ex­perimentamos presión y dolor como nunca lo habíamos experimentado antes. Sin embargo, Dios nos for­talece y nos sostiene como lo hizo con Su Hijo en el Gethsemaní.
"¿No has podido velar una ho­ra?" En estos días Dios está buscan­do a hombres y mujeres que le amen lo suficiente para entrar en la experiencia de esta Escritura, a los que le amen a El y a las almas suficientemente para velar con El.
¡Que Dios nos ayude a levantar­nos de nuestra apatía y pereza es­piritual para entrar con El en la intercesión intensa! Solamente tal intercesión salvará a la Iglesia de su derrota espiritual y resultará en la evangelización y salvación do mi­llares de almas perdidas. Si no lo hacemos, seremos responsables por su perdición (Ezeq. 3:17-21).

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