DIOS MOLDEA AL MUNDO MEDIANTE LA ORACION

    La oración, en una de sus múltiples facetas, ejerce un poder antiséptico y preventivo. Purifica el ambiente, destruyendo el mal tan contagioso. La oración no es algo dudoso y sin importancia. No es una voz apagada y débil en medio del tumulto del gran universo, que apenas puede ser escuchada. Es una voz potente que va directamente al oído de Dios porque el oído de Dios está siempre abierto a las oraciones santas, y a las cosas santas.
    Dios moldea a este mundo mediante la oración. Las oraciones son imperecederas. Los labios que las pronunciaron pueden quedar silenciados por la muerte, el corazón de donde brotaron puede haber dejado de latir, pero las oraciones viven ante Dios, y el corazón de Dios está puesto en ellas. Las oraciones sobreviven a las vidas de aquellos que las dijeron; sobreviven a una generación, a una edad, y a un mundo.


El mejor legado para entregar

    El hombre que ora de verdad está haciendo el favor más grande a la generación venidera. Las oraciones de los santos fortalecen a la generación naciente contra las olas devastadoras del pecado y la maldad. Desdichada la generación que encuentra sus incensarios vacíos del rico incienso de la oración; cuyos padres han estado demasiado ocupados o demasiado descreídos para orar, pues su herencia está plagada de peligros y funestas consecuencias. Dichosos de aquellos cuyos padres y madres les han legado una herencia y patrimonio de oración.


El efecto de la oración en el cielo

    Las oraciones de los santos de Dios son el capital consolidado en el cielo por medio del cual Cristo lleva a cabo Su gran tarea sobre la tierra. Los grandes movimientos espirituales de la tierra son el resultado de esas oraciones. La tierra cambia, los ángeles se mueven más rápida y poderosamente, y el plan de acción de Dios se modela a medida que las oraciones son más numerosas y mas eficientes.
    Es bien cierto que los mayores éxitos para la causa de Dios son creados y llevados a cabo por medio de la oración. El día en que se manifestará el gran poder de Dios, los días angélicos de actividad y poder, será cuando la Iglesia de Dios posea una tremenda y poderosa herencia de fe y oración.
    Los días de las grandes conquistas para el Señor son aquellos en que los santos se dedican a orar con poder. Cuando la casa de Dios en la tierra es una casa de oración, la casa de Dios en los cielos está ocupada en Sus planes y movimientos; entonces los ejércitos espirituales destinados a la tierra son revestidos con las armaduras de triunfo y victoria y Sus enemigos completamente derrotados.
    Dios condiciona la misma vida y prosperidad de Su causa a la oración. Esta condición fue impuesta como base de la causa de Dios en esta tierra. «Pídeme» es la condición que Dios pone en el mismo avance y triunfo de Su causa. Los hombres deben orar y orar por el avance de la causa de Dios. La oración mueve el potente brazo de Dios en el mundo.
    Para un hombre que ora Dios se manifiesta como una fortaleza, para una iglesia que ora Dios se manifiesta como un poder glorioso. El Salmo 2 es la descripción divina del establecimiento de la causa de Dios a través de Jesucristo. Dios declara allí el entrenamiento de Su Hijo. Las naciones están encendidas con amargo odio contra Su causa; pero las Escrituras dicen que Dios se ríe de estos hombres.
    «El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos...Yo mismo he ungido a Mi rey Sobre Sión, Mi santo monte.»
    «Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi Hijo eres Tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión Tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con cetro de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás» (Sal. 2:4-9).
    «Pídeme» es la condición impuesta a un pueblo obediente y con fuerza de voluntad. Amparados en esta promesa, hombres y mujeres de la antigüedad rendían sus vidas a Dios. Oraban y Dios contestaba sus oraciones, y la causa de Dios se mantenía viva en el mundo por medio de la llama constante de sus oraciones.

El secreto del éxito
    La oración es una condición de carácter único para movilizar el Reino del Hijo. «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá» (Mt. 7:7).
    El más fuerte en el reino de Dios es el que más golpea las puertas de los cielos. El secreto del éxito en el reino de Cristo radica en la habilidad para orar. El puede empuñar el poder de la oración, ése es el más fuerte. La lección más importante que podemos aprender es cómo orar.
    La oración es la llave maestra de la vida más santificada, y del más santo ministerio. El que está más entrenado en la oración es el que puede hacer más para Dios. Así fue como Jesucristo ejerció Su ministerio.
    Robert Hall ha dicho, «La oración de fe es el único poder en el universo al cual se rinde el gran Jehová. La oración es el remedio soberano.»
    Más tiempo empleado en orar, más preparación para encontrarse con Dios, para tener comunión con Él a través de Jesucristo – esto contiene en sí el secreto de toda vida de éxito. La actitud y relación de Dios y el Hijo están en la eterna relación del Padre y el Hijo, en cuanto a pedir y otorgar. El Hijo siempre pidiendo, el Padre siempre dando.
    Jesús siempre ora mediante Su pueblo. Debemos prepararnos para orar, para ser como Cristo; para orar como Cristo.
    El acceso del hombre hacia Dios todo lo hace posible y convierte su empobrecimiento en su riqueza. Todas las cosas son suyas por medio de la oración. El bien y la gloria – todas las cosas – son de Cristo. A medida que la luz crece y vemos a los profetas de la restauración, el registro divino parece aumentarse.
    ...¿Por qué el pecado reina durante tanto tiempo? ¿Por qué tardan tanto en cumplirse las promesas del Pacto? ¡El pecado reina, Satanás reina, la vida de tantos se gasta en suspirar y en llorar!

No hemos orado
    ¿Por qué sucede todo esto? No hemos orado lo suficiente como para traer la maldad a un fin; no hemos orado como hubiéramos debido hacerlo. No hemos llenado las condiciones para la oración en forma satisfactoria.
    «Pídeme.» Pide a Dios. No nos hemos apoyado en la oración. No hemos hecho de la oración la única condición. Ha habido violación de la condición primaria en cuanto a la oración. No hemos orado acertadamente. Nuestro orar ha sido prácticamente nulo. Dios está deseoso de dar, pero nosotros somos lentos para pedir. El Hijo, a través de Sus santos, está siempre orando y Dios el Padre está siempre respondiendo.
    «Pídeme.» En la invitación queda implicada la seguridad de una contestación; el grito de victoria está allí y puede ser oído por el oído atento. El Padre tiene el poder y la autoridad en Sus manos. Cuán fácil es la condición, y así y todo, ¡qué lentos somos en cumplir las condiciones! Las naciones están bajo ataduras y opresión, los lugares remotos de la tierra están todavía sin alcanzar. La tierra gime; el mundo está atado; Satanás y la maldad están blandiendo sus armas.
    El Padre se detiene en su actitud de Dar, «Pídeme,» y esa petición a Dios el Padre inspira todos los movimientos. El Evangelio es divinamente inspirado. Detrás de todas las inspiraciones yace la oración. «Pídeme,» está detrás de todos los movimientos. En la gracia del Cristo entronado está el juramento del pacto del Padre; «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra.»
    Las oraciones de hombres santos siempre suben a la presencia de Dios con fragancia como del más rico incienso. Y Dios en muchas maneras, nos está hablando, declarando Su riqueza y mostrándonos nuestra pobreza. «El es el Hacedor de todas las cosas. Suyas son las riquezas y la gloria...»
    Con la ayuda de Dios podemos hacer cualquier cosa y podemos tener toda Su ayuda con tan sólo pedirla. El Evangelio, en su éxito y poder, depende de nuestra habilidad para orar. Las dispensaciones de Dios dependen de la habilidad de orar del hombre. Podemos tener todo lo que Dios tiene...Esto no es un producto de la imaginación, ni un sueño ideal o vana fantasía. La vida de la iglesia es la vida más alta y suprema. Su tarea es orar, su vida de oración es su vida más alta, su norma más suprema.

Pero le damos importancia a otras cosas
    Cuando reflexionamos sobre el hecho de que el progreso del Reino de nuestro Señor depende de la oración, es triste decirlo, pero la verdad es que comenzamos entonces a dedicar «un poquito» de tiempo a la oración. Todo depende de la oración, y nosotros no solamente la abandonamos de manera que nos dañe a nosotros mismos, sino que con nuestro abandono se retrasa la puesta en marcha de la causa de Dios sobre la tierra.
    La oración es la condición eterna y primordial por la cual se ruega al Padre que el Hijo sea puesto en posesión del mundo. Cristo ora a través de Su pueblo. Si hubiera habido un continuo y ferviente orar por parte del pueblo de Dios, esta tierra hubiera tenido muchas más conquistas para Cristo. La demora no se debe a obstáculos inveterados, sino a la falta de peticiones correctas.
    Ejercitamos más cualquier otra cosa que el importantísimo hábito de postrarnos de rodillas. Nuestras ofrendas en dinero aunque pobres y mezquinas, exceden a las ofrendas de oración. Quizás en el promedio de una congregación, una sola alma sea la que se postra a orar fervientemente por la liberación de un mundo sumido en el ateísmo. Ponemos más énfasis en otras cosas que en la necesidad de oración.


El mundo carece de la oración real

    Decimos nuestras oraciones de una manera ordenada y preconcebida, pero no tenemos al mundo asido por la mano de la fe. No estamos orando según la norma que mueve el brazo de Dios y atrae todas las influencias divinas para nuestra ayuda. El mundo necesita más de la verdadera oración para salvarse del poderío y – como consecuencia – de la ruina que le acarrea Satanás.
    No estamos orando como lo hacía Elías. John Foster expone este asunto de una manera práctica. «Cuando la iglesia de Dios es consciente de su obligación y deberes, y de su fe correcta en reclamar aquello que Cristo ha prometido - «cualquier cosa» (Mt. 21:22) – es entonces cuando una santa revolución podrá comenzar en su interior.»
    Pero no toda oración es oración real. El poder y la fuerza conquistadora en la causa de Dios, es Dios Mismo. «Clama a Mí, y te responderé, y te enseñaré cosas grandes y dificultosas que tú no sabes» (Jr. 33:3) – es el desafío de Dios a la oración. La oración coloca a Dios en una posición de actividad dentro de la misma obra de Dios.
    La fe sólo es omnipotente cuando está sobre sus rodillas, y cuando sus manos extendidas se asen a Dios; cuando va hacia la plenitud de la capacidad de Dios; puesto que una sola oración de fe puede conquistar todas las cosas.
    Como magníficas lecciones podemos citar la de la mujer sirofenicia, la de la viuda inoportuna y el amigo a medianoche; tales oraciones pueden cambiar la derrota en victoria y triunfan en las áreas de la desesperación. La unificación con Cristo, la cumbre de los logros, es gloriosa en todas las cosas; y hay mucho más que podemos pedir y se nos hará (Juan 15:7). La oración en nombre de Cristo pone la corona sobre Dios, porque le glorifica a través del Hijo, quien prometió que el Padre dará a los hombres «cualquier cosa que pidieren en Su nombre.»
    En el Nuevo Testamento son puestas de relieve las maravillosas oraciones del Antiguo para provocar y estimular nuestra práctica de la oración. Santiago lo expresa con una declaración de dinámica energía que difícilmente podemos traducir. Dice: «La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto» (St. 5:16-18).
    Nuestra lentitud en los resultados, la causa de toda flaqueza, nos es descubierta y resuelta por el apóstol Santiago con las siguientes palabras: «...No tenéis, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (St. 4:2-3).


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