CÓMO ENTRENAR A LOS LÍDERES DE LA IGLESIA

Existen TRES GRANDES IMPEDIMENTOS hacia la propagación del evangelio. Éstos obstruyen la evangelización de los que nunca han escuchado las buenas nuevas acerca de lo que Jesucristo ha hecho para salvar y bendecir a todas las naciones. Éstos son los siguientes:

  • EL CLERICALISMO
  • DEFICIENCIAS DE LA NEUMATOLOGÍA
  • LA EDIFICACIÓN DE CATEDRALES

En esta sección: “Cómo Entrenar A Los Líderes De La Iglesia”, aprenderemos a superar el CLERICALISMO. Los otros dos serán discutidos en secciones subsiguientes. Si usted sigue la alternativa bíblica para el “Clericalismo”, será efectivo en ayudar a Jesús a edificar Su Iglesia.

Aproximadamente 2 millones 500 mil israelitas siguieron a Moisés fuera de Egipto hacia el desierto. Las deficiencias severas del estilo en el liderato de Moisés, ilustran el CLERICALISMO.

“Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde. 

Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde? 

Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tiene asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes. 

Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. 

Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. 

Además, escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. 

Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo” (Ex 18:13-22).

El clericalismo está tratando de hacer el trabajo que Dios le ha llamado a realizar sin el asesoramiento o ayuda de los demás. El clericalismo es colocarse a sí mismo SOBRE otros, en lugar de verse a sí mismo como el sirviente de los demás. “Y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro siervo” (Mt 20-27; 23:11).

Aquellos que continúan en la trampa del clericalismo, fracasarán en cumplir con el verdadero propósito de un líder de la Iglesia. El clericalismo puede ser resuelto únicamente por medio del uso de los principios de la multiplicación ministerial que Jesús y el Apóstol Pablo utilizaron en el Nuevo Testamento.

La solución al clericalismo es edificar un equipo. Invierta su tiempo y recursos en el equipo. Deje que éste le ayude a realizar el trabajo que Dios le ha llamado a hacer.

Usted triunfará en la edificación de equipos si sigue los principios otorgados a Moisés por Dios y su suegro Jetro. Sin éstos, Moisés habría fracasado. Sin ellos, usted también fracasará como líder de la Iglesia. Examinaremos los cinco principios dados a Moisés. En éstos, encontraremos nuestra solución al problema del clericalismo.

A. LOS CINCO PRINCIPIOS DADOS A MOISÉS
1. Entrene A Otros Para Que Ayuden
“No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo haces tú conmigo, yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que yo no vea mi mal...” (Nm 11:14, 15).

Moisés le pidió a Dios que lo matara debido a los problemas que emergieron por causa del clericalismo. Esto era lo que estaba matando a Moisés.

¡Y también le matará a usted!

Para ayudarle con este problema, Dios estaba hablando con Moisés (Números 11). En Éxodo 18, Jetro (el suegro de Moisés) también estaba conversando con Moisés y diciéndole la misma cosa. Cuando Moisés escuchó a Dios y a Jetro, he aquí lo que él descubrió:

El entrenamiento a otros solucionó su problema.

“Entonces Jehová dijo a Moisés: Reúneme setenta varones... que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales...” (Nm 11:16).

“Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño...” (Ex 18:21, 22).

Los versos de la Escritura que siguen, nos enseñan que los dones del liderato fueron dados a la Iglesia para entrenar a sus miembros en la obra del ministerio.

Ese fue el propósito del ministerio de Moisés. Lo que sucedió es que él no lo sabía.

El trabajo del líder es entrenar y equipar a los miembros de la Iglesia que tienen potencial para el liderazgo.

Esos miembros a su vez, harán la obra del ministerio.

“Cuando Jesús ascendió al cielo... constituyó a unos Apóstoles; a otros Profetas; a otros Evangelistas; a otros Pastores y Maestros; para entrenar y equipar a los santos, a fin de que los miembros de la Iglesia hagan la obra del Ministerio, edificando de esa manera el cuerpo de Cristo espiritual y numéricamente...” (Ef 4:10-12, parafraseado).

a. Cada Uno: Enseñe A Otro. Pablo enseña, en los versículos anteriores, que el propósito principal de un líder de la iglesia es entrenar a otros.

Pablo explicó esto al joven Timoteo. Su trabajo como líder de la Iglesia, era entrenar a los demás. Él debería tomar el entrenamiento que Pablo le daba y pasarlo a otros hombres fieles. Estos a su vez, deberían enseñar aun a otros hombres fieles y el ciclo debería continuar repitiéndose.

“Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti 2:2).

Seguir el principio de Pablo de entrenar a otros, establecería una reacción en cadena de multiplicación que causaría que el Evangelio fuera esparcido rápidamente por todo el mundo.

La siguiente gráfica muestra lo que sucedería si usted tomara a otro hombre fiel y empleara UN año entrenándolo. El segundo año, usted y el que entrenó se dedicarían a entrenar a otros dos. Si usted mantuviera este proceso durante treinta y tres años, observe lo que habría sucedido.

Esto ilustra el principio bíblico de “CADA UNO ENSEÑE A OTRO”.

CADA UNO: ENSEÑE A OTRO
       
AL FINAL              # DE PERSONAS ENTRENADAS
DEL 

Año 1                       2
Año 2                       4
Año 3                       8
Año 4                      16
Año 5                      32
Año 6                      64
Año 7                     128
Año 8                     256
Año 9                     512
Año 10                 1.024
Año 11                 2.048
Año 12                 4.096
Año 13                8,192
Año 14               16,384
Año 15               32,768
Año 16               65,536
Año 17              131,072
Año 18              262,144
Año 19              524,288
Año 20              1,048,576
Año 21              2,097,152
Año 22              4,194,304
Año 23              8,388,608
Año 24              16,777,216
Año 25              33,554,432
Año 26              67,108,864
Año 27              134,217,728
Año 28              268,435,456
Año 29              536,870,912
Año 30              1,073,741,824
Año 31              2,147,483,648
Año 32              4,294,967,296
Año 33              8,589,934,592

Si cada uno enseñara a otro, al final de los 33 años habrían más personas entrenadas que la población de todo el mundo. Si hiciéramos las cosas a la manera bíblica, experimentaríamos resultados bíblicos.

“Grandes multitudes iban con él... Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres” (Lc 14:25; Hch 5:14). Ese es el deseo de Dios, que multitudes sigan a Jesús.

“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas...” (Ap 7:9). ¡Sí! El Señor desea que multitudes sean salvas. “Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P 3:9). Él nos ha otorgado principios para asegurar este resultado.

b. Fruto Que Permanezca. En 1959, el autor estaba ministrando en el país de Nicaragua, América Central y la siguiente pregunta fue formulada por un líder sabio y anciano de la Iglesia: ¿Cómo pudo usted plantar 500 Iglesias en América Central en treinta años?”. En respuesta, él relató la siguiente historia:

“Fui a Guatemala en 1929 como misionero. Inmediatamente me propuse visitar las aldeas donde no había creyentes nacidos de nuevo. Prediqué y sané a los enfermos durante seis noches. Cada noche invitaba a los pecadores a que pasaran a recibir perdón de Jesús por sus pecados. Muchos nos visitaron cada noche. Bautizaba a los creyentes nuevos en agua y pasaba a la siguiente aldea para repetir el proceso. Pensé que estaba ganando cerca de cien almas para Cristo cada semana. Ese era el número de los que bautizaba.

Escribía a mi iglesia local que me respaldaba y les contaba respecto al gran éxito que estaba teniendo. Era algo increíble. Estaba ganando más de cinco mil almas cada año para Cristo.

Después de dos años y cien cruzadas por las aldeas, decidí volver a visitar la obra para ver cómo iba marchando en todas estas aldeas.

Fui a la primera aldea y para mi sorpresa, todos mis conversos se habían ‘descarriado’: se habían vuelto a sus prácticas paganas y no vivían sus vidas según la Biblia. No conducían cultos en la iglesia y nadie estaba enseñando a los recién convertidos. Aquellos a los que había dejado encargados, no habían continuado siguiendo a Cristo.

Fui a la segunda, tercera, cuarta y quinta aldea. Encontré el mismo caso en cada una de ellas. Mi corazón estaba quebrantado. Lo que pensaba que habían sido dos años de ministerio exitoso, no habían producido fruto permanente.

Las palabras de Jesús sonaban continuamente en mis oídos:

“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca...” (Jn 15:16).

No tenía fruto permanente. ¿Qué debería hacer? Propuse en mi corazón buscar al Señor en ayuno y oración. Durante ese tiempo Dios me habló con claridad diciéndome: ’No te he enviado a evangelizar a América Central. Te envié a entrenar a otros’.

El Señor me mostró dos principios importantes. Primero: Entrena a otros para que tomen responsabilidades en el liderazgo. Segundo: Trabaja donde Dios está trabajando.

Inmediatamente me propuse a organizar una Escuela Bíblica para ofrecer un curso de entrenamiento de seis meses de duración. Aproximadamente 50 estudiantes asistieron y completaron el primer curso.

Poco después de eso, escuché reportes del área de la selva donde estaban ocurriendo milagros de sanidades. Las personas estaban teniendo visiones de Jesús y, como resultado de los milagros de sanidades, multitudes se estaban convirtiendo. Entonces recordé: ‘Trabaja donde Dios está trabajando’. Llevamos los obreros entrenados a esa área inmediatamente. Como resultado de ello, recibimos una gran cosecha de almas. Los obreros entrenados iniciaron iglesias en cada una de las aldeas y cuidaron y enseñaron a los recién convertidos. Esto produjo fruto permanente.

He seguido esos dos principios desde 1931: (1) Entrena a otros y (2) trabaja donde Dios esté trabajando. 

Hoy tenemos cinco Institutos Bíblicos de Corta duración, en los cuales, más de mil obreros han sido entrenados.  Las 500 iglesias son los frutos permanentes de aquellos jóvenes centroamericanos que entrenamos. Ellos salieron a los lugares donde supimos que Dios estaba obrando. Obramos con Dios y como resultado obtuvimos una gran cosecha.

Para el año 1989 (30 años después que conocí a aquel amado misionero) aquel movimiento eclesial centroamericano había crecido hasta llegar a varios miles de iglesias.

c. Busque Los Líderes. Y Jehová dijo a Moisés: “Reúneme setena varones de los ancianos de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales...” (Nm 11:16).

Muchas veces se desperdician esfuerzos tratando de entrenar personas que no tienen la habilidad para el liderazgo. La instrucción del Señor fue clara: “Reúneme setenta varones...que tú sabes que son ancianos  [líderes]...”.

¿Cómo puede usted reconocer a un líder? Observe cuántos le siguen. Si no hay nadie que le siga, entonces no es un líder.

Cuando salga al campo para traer un hato de cincuenta vacas lecheras para ser ordeñadas, sólo tiene que encontrar la “vaca líder”. Si logra guiarla hacia el establo donde las ordeñan, el resto la seguirán. Lo mismo sucede con los líderes de personas. Es vital que encuentre hombres y mujeres que sean seguidos por otros y proceda a entrenarlos.

Eso fue lo que Jesús hizo. “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles... Y descendió con ellos...” (Lc 6:12, 13, 17).

Jesús empleó la mayor parte de Su tiempo preparando a los doce apóstoles para que llevaran adelante Su ministerio. Él siguió este principio de entrenar a otros. Ese es el ministerio de líderes: buscar más líderes y entrenarlos.

2. Enseñándolos En La Biblia
¿Qué entrenamiento debemos dar a líderes de la Iglesia? “Y enseña a ellos  las ordenanzas y las leyes...” (Ex 18:20).

Aquellos que están familiarizados con Seminarios de la Iglesia y Escuelas Bíblicas, están completamente conscientes que la mayoría enseña toda clase de temas excepto la Biblia. Los Seminarios Teológicos también se convierten con frecuencia en “Cementerios”, donde cientos de las vidas espirituales de líderes potenciales de la Iglesia son enterradas.

Una selección básica ante Adán y Eva en el Jardín del Edén: “...también el árbol de la vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal...” (Gn 2:9). El comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, produciría pecado y muerte. A pesar de esta amonestación bíblica, la iglesia regresa continuamente a este árbol para los programas de entrenamiento.

¿Cuál es el resultado? El Apóstol Pablo lo expone de manera sencilla: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Co 8:1).

Los programas de entrenamiento que no utilizan LA BIBLIA como el centro de referencia principal, producen arrogancia, muerte espiritual, líderes impotentes cuyo único logro después de graduarse es pastorear una iglesia que en vez de crecer, ésta, disminuye paulatinamente cada año.

Aquello que no tiene vida no puede crecer ni crecerá. El árbol del conocimiento solo produce muerte.

“Entonces respondiendo Jesús, les dijo: erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mt 22:29). Las Escrituras nos guardan de los errores y nos dan vida. “...la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn 6:63).

Son las palabras de Dios el Padre y de Dios el Hijo (Jesús), según están registradas en la Biblia, las que nos dan vida.
“Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida...” (Ap 22:14).

a. Los Logros Académicos No Son La Meta. Los programas de entrenamiento basados en el logro intelectual con énfasis sobre los grados académicos, no producirán el liderato necesario para ganar las almas perdidas para Cristo o edificar iglesias en crecimiento continuo. Entre más enfatice lo académico, el liderato estará menor capacitado. Enseñe la Biblia. Entrene a líderes de la Iglesia. Deje que la Biblia sea el centro de su currículo de entrenamiento.

La pregunta que fue formulada acerca de Jesús fue la siguiente:

“¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” (Jn 7:15).

Los judíos se maravillaban del conocimiento que Jesús tenía de las Escrituras, pues sabían que él no tenía credenciales académicas que lo hicieran resaltar ante el mundo religioso o secular.

Debemos aprender de este ejemplo. Los logros académicos no son la meta principal. El conocimiento bíblico y el poder de Dios es lo que el líder de la Iglesia necesita (Mt 22:29).

b. Busque “Líderes-Obreros”. Los apóstoles primitivos no fueron conocidos por sus logros académicos.

“Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús” (Hch 4:13).

Ni uno solo de los apóstoles de Jesús se graduó del Seminario Teológico de los fariseos y saduceos. Su norma para los líderes de la Iglesia fue ésta: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10:2). El líder efectivo de una Iglesia, es aquel que ha demostrado que es un trabajador arduo. El tal, tiene callos en sus manos, ha aprendido la disciplina de la labor productiva y extenuante.

Por el contrario, el graduado de seminario es a menudo arrogante, demasiado orgulloso para trabajar, vago y poco productivo. Los tales, no son aptos para representar a Cristo, quien lavó los pies de Sus discípulos. “Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn 13:14). Busque un “líder-obrero” y usualmente tendrá un líder productivo en la Iglesia.

Es por eso que Jesús escogió pescadores como Pedro y Juan, personas profesionales como Mateo el publicano y Lucas el médico. Ellos tenían destrezas prácticas y sabían cómo trabajar arduamente. Los tales, pueden ser discípulos de la Biblia y ser líderes fructíferos.

3. Muéstreles el Trabajo Que Hay Que Hacer
“...y muéstrales el camino por donde deben andar y lo que han de hacer” (Ex 18:20). El Apóstol Lucas comenzó el libro de los Hechos con estas palabras: “En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar (Hch 1:1).

a. Envuélvalos. No es suficiente enseñar al que está siendo entrenado. El entrenador tiene que envolver inmediatamente al estudiante en la PRACTICA DE LO QUE ESTA APRENDIENDO.

Si enseña a los estudiantes sobre “el ganar almas”, entonces, envíelos inmediatamente a ganar almas. Si los enseña cómo sanar enfermos y echar fuera demonios, envíelos inmediatamente fuera a hacer eso mismo. Eso fue lo que Jesús hizo.

“Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia... A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo... Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt 10:1-8).

“Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos... Y saliendo, pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio y sanando por todas partes” (Lc 9:1, 2, 6).

“Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar a donde él había de ir.


Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos. En cualquier ciudad donde entréis... sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.


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